Frederick Leighton y el mediterráneo eterno
Enigmáticos y evocadores, los lienzos de Frederic Leighton (1830-1896) revitalizaron el mundo del arte británico en el último tercio del siglo XIX con su interpretación personal del mundo grecorromano. La exposición del Museo de Arte de Ponce Frederic Leighton y el mediterráneo eterno presenta 18 obras (cuadros con figuras femeninas, pequeños paisajes al óleo, bocetos a color, y dibujos preparatorios para Flaming June), en préstamo del Leighton House Museum de Londres, que se mostraron junto con obras de la colección del Museo para profundizar en los contactos de Leighton con sus contemporáneos. La exposición, que es la primera dedicada al artista en América, proporcionó una oportunidad única para sumergirse en el fascinante universo personal del creador de Flaming June y disfrutar del arte de uno de los artistas más importantes del siglo XIX.
Leighton es un enamorado de la belleza, lo que no le impide ser también un artista complejo. Una de sus constantes es la figura femenina, y su musa por excelencia fue la actriz Dorothy Deene, inmortalizada en su obra más famosa. Flaming June es un cuadro que plantea al espectador un acertijo tan bello como indescifrable. Invita a mirar una y otra vez y, sin embargo, nunca llega a revelar exactamente qué estamos viendo – ¿una personificación del mes de junio o del sol? ¿una reflexión sobre el vínculo estético entre el sueño y la muerte? Aún conteniendo referencias a la antigüedad, el cuadro trasciende cualquier contexto histórico o incluso narrativo. Otras obras similares en la exposición parecen negar la distancia entre el Mediterráneo imaginado y el real, entre la Grecia de Homero y la tierra descrita en las guías con las que Leighton preparaba sus viajes.
En contraste con su entorno relativamente insular, Leighton fue desde joven un artista europeo y cosmopolita. Su pasión fue el Mediterráneo, que recorrió a lo largo de su vida (de España a Siria pasando por Italia, Grecia, Egipto y el norte de África). En casi todos los lugares que visitaba, Leighton pintó exquisitos bocetos de paisajes que hasta fechas recientes han sido su faceta menos conocida. Son obras íntimas, hechas por gusto; Leighton dijo que pintarlos era “la cosa más irresponsable y relajante”, y el mejor pasatiempo. Estos pequeños recuerdos, que fueron vistos en la exposición, sirvieron a veces para proporcionar detalles de cuadros más grandes y también decoraban las paredes del estudio y otras habitaciones más privadas, como su dormitorio. A la muerte del artista se encontraron en su casa más de 250 de estos paisajes, hoy repartidos por museos y colecciones privadas.
La exposición también explora el proceso creativo de Flaming June, uno de los últimos cuadros del artista. Flaming June se presentó al público en la exposición de verano de la Royal Academy en 1895 con otras cuatro obras que juntas, revelan la esencia de la visión de Leighton como artista, condensada tras décadas de observación, trabajo y viajes. Leighton es capaz de conjurar un universo entero usando solo una figura femenina y un fondo, que son fruto de un cuidadoso proceso en el que nada se deja al azar. Esta manera de pintar es radicalmente opuesta a la de otros contemporáneos suyos más modernos, como los impresionistas; en este sentido, la muerte de Leighton puede verse como el fin de una época.
Tras el éxito de Flaming June en la Royal Academy, Leighton emprendió el que sería su último viaje. En uno de sus bocetos el pintor capta como nadie el aire seco, el calor y la luz de Argel, que eran parte del tratamiento contra la angina de pecho prescrito por su médico. A su regreso a Inglaterra, el pintor quedó confinado a su casa y, más tarde, a su dormitorio. Desde su pequeña cama de soltero Leighton podía ver varios de sus bocetos de paisajes, su pasatiempo más irresponsable. Tal vez, al cerrar los ojos, recordaría las puestas de sol de lugares como Capri, El Cairo, Damasco… En su lecho de muerte, Leighton recibió de la reina Victoria un título nobiliario (Lord Leighton of Stratton), un privilegio que nunca antes se había otorgado a otro artista británico. Con él se honraba una vida dedicada al arte, y se creaba un nombre que hoy es sinónimo de arte victoriano.