Palabras de Antonio Martorell con motivo del anuncio de restauración del Museo de Arte de Ponce.

Con motivo del anuncio de restauración y próxima reapertura del Museo de Arte de Ponce.

En el mundo de las artes plásticas, Puerto Rico es conocido por comprender en su territorio la ciudad de Ponce y Ponce, a su vez, por ser la sede del Museo de Arte de Ponce.
En mi temprana adolescencia tuve la suerte de visitarlo adoleciendo yo, al igual que el país, de una cultura museística reciente y escasa con el Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y el nuestro a la avanzada. Con la ventaja ponceña de ser el primero en dedicarle su principal enfoque a la colección del arte de los grandes maestros europeos.

 

Quedamos entonces deslumbrados y aún lo estamos por la audaz visión de su fundador Luis A. Ferré. No fueron pocas las veces que recordamos juntos mi primera visita a la sede original del Museo en la Calle Cristina, ahora Centro Cultural, cuando sentados frente al imponente óleo de Luca Giordano La muerte de Séneca, tuviera yo la osadía de mostrarle a Don Luis mis primeros y tímidos intentos de pintor aficionado.

 

Allí nos habíamos ubicado después de interrumpir su amorosa tarea de colgar él mismo, en mangas de camisa y sudando copiosamente, el desnudo femenino trasero reclinado sobre ricos y sedosos brocados del pintor valenciano Sorolla que aún permanece en la colección para nuestro deleite.
Después de una rápida pero aguda inspección de mis inexpertos ensayos pictóricos, declaró con la voz poderosa que le acompañó hasta el final de sus días, que pasara por su oficina en San Juan la semana siguiente para recibir la beca que me permitiría estudiar en Madrid durante un año.

 

No sabía yo entonces que, al correr del tiempo, vendría yo a residir en Ponce y que mi ventana al mundo sería este museo cuando, de domingo en domingo, volvería a él para conversar con Cranach y Burne Jones, Courbet, y Moreau, Murillo y de Ribera. También la colección se amplió al arte boricua y latinoamericano permitiéndome gratos reencuentros con mis maestros Homar y Tufiño, Báez y García, Rivera y Torres Martinó además de Campeche, Oller, Frade y Pou.

 

Estos viajes intramuros se interrumpieron con el terremoto innombrado. Por alguna razón, o sin ella, los temblores de tierra no tienen nombre como lo tienen los huracanes. Y éste no es la excepción. Pero los ponceños de verdad, y los putativos como yo, podemos bautizar tardíamente este terremoto como uno de “Museo” pues nos ha privado a nosotros de este tesoro que ha viajado para beneficio del resto del mundo, pero para nuestra congoja.

Es por eso que celebramos este atisbo esperanzador de que, en un momento ni tan lejano, podamos de nuevo disfrutar lo nuestro y que el legado del mecenas vuelva al hogar.

 

Antonio Martorell
5 de marzo de 2024